Conversamos con el artista puertorriqueño sobre su vida, obra y su carrera artística
Ramón Bulerín aparece sigiloso en su taller en la calle Palmer, en Canóvanas. Camina pausado con sus manos dentro de los bolsillos del pantalón en un gesto que recuerda la timidez de un niño con la sabiduría de un viejo maestro. Va acercándose hasta que nos recibe con un estrechón de manos y una media sonrisa.
Ramón Bulerín ha cultivado un estilo contemporáneo muy propio, desafiando convencionalismos. Su vocabulario visual está cargado de poesía y ritmo, de humanidad y silencios elocuentes. (Fotos y vídeo por Gabriel López Albarrán)
De inmediato, nos invita a pasar a su espacio creativo, ubicado en el primer piso de un edificio comercial de dos niveles por donde se cuela la luz a través de dos puertas y varias ventanas que revelan el paisaje de la calle. Son las 11:00 de la mañana y el calor brota de la brea de la histórica calle Palmer, una línea recta de casas y comercios, que recoge parte de la historia de este pueblo que en 1970 se convirtió oficialmente en un municipio, separándose de Loíza.
“Uno no puede escapar de lo que uno es. Si yo soy puertorriqueño, mis temas tienen que ser puertorriqueños, caribeños.” –Ramón Bulerín
Afuera del taller, los carros pasan a toda velocidad, construyendo su propia banda sonora entre mofles, reguetón, salsa y hasta jingles de campañas políticas que ya empiezan a surgir ante la cercanía de otro año electoral. Pero una vez uno pasa la puerta y entra al espacio artístico de José Ramón Osorio Bulerín, mejor conocido como Ramón Bulerín, algo extraño ocurre. El ruido de la calle se apaga.
Un pequeño radio ofrece nuevas coordenadas para los oídos. Suena John Coltrane y su saxofón ayuda a bajar las pulsaciones. Bulerín nos muestra el taller sin decir mucho; sabe que su obra es la que habla. Hay pinturas y dibujos suyos por todas partes: en las paredes, sobre estantes, recostadas sobre otras, apiladas, todas colocadas en un meticuloso desorden. En el estudio hay varias mesas, entre ellas una ajustable, sobre la que yacen finos papeles de dibujos que danzan con el viento de un abanico industrial que nos refresca. También hay recipientes plásticos con pinceles de diversos tamaños, envases con rastros de pintura chorreada y varios taburetes salpicados con residuos de colores. Allí es donde nos sentamos a conversar con este maestro de la plástica puertorriqueña.
“¿Aquí está bien?”, pregunta Bulerín, de voz pausada, mientras se posiciona en la silla, buscando la comodidad. Al inicio es consciente de la cámara que lo graba, pero luego de varios minutos, se olvida y se adentra en su historia, en su mundo interior, ese que ha compartido por más de cuatro décadas a través de su obra.
Ramón Bulerín, de 72 años, nació en el barrio La Central (Torrecilla Alta), en Canóvanas, en medio de la época de la zafra, siendo el cuarto hijo de diez que tuvo Juana Bulerín, natural de Santurce, y Gradiel Osorio, quien era loiceño. Tuvo una infancia dura, azotada por la pobreza. Recuerda claramente la composición social de su barrio que se dividía en tres: las “mansiones enormes” de los hacendados estadounidenses, las casas de madera en el pueblo que tenían luz y las más humildes que eran en paja y barro. Él nació y se crió un poco más distante, en una finca propiedad del reconocido animador y periodista Rafael Quiñones Vidal. “Ese lado era interesante porque estaban los animales, los riachuelos y un paisaje hermoso”, cuenta. Sobre sus padres no abunda mucho, solo alcanza a decir que la convivencia fue compleja. “Mi padre no estuvo y mi madre estuvo como pudo, pero fue una crianza y experiencia bien difícil… Pero, estamos aquí, y como dice Julia de Burgos, ‘yo misma fui mi ruta’”.
Vídeo por Gabriel López-Albarrán
Y es que, a pesar de las dificultades, este hombre hecho de presentes continuó su camino guiado por esa fuerza inspiradora del arte, que ha sido la gran constante en su vida. Padre de dos hijas y tres nietos, por quienes paraliza todo, Bulerín ha sabido construir un vocabulario visual cargado de poesía y ritmo, de humanidad y silencios elocuentes. Cultivador de un estilo contemporáneo muy propio, procura desafiar los convencionalismos, presentándose ante todo como un artista caribeño.
Con una mirada aguda, este maestro ha plasmado su entorno con conciencia de clase y raza, adentrándose en temas políticos y sociales sin abandonar ese elemento lúdico y ese universo creativo que lo habitan. Sobre su vida, el arte, su carrera, el país y el futuro, conversamos.
Bulerín, me gustaría que nos hablara sobre cuán presente estuvo el arte en su niñez.
Bueno, es un cliché, pero el arte estuvo en mi vida desde que era niño. Era una de las formas que encontré para librarme del ambiente en el que vivía que no era muy favorable para ese tiempo.
¿Por qué no era favorable?
Porque económicamente no estábamos bien y había una serie de problemas típicos de la época. La desigualdad se generaba a base de las tonalidades de piel. Si tenías la piel más clara tenías más posibilidades de aceptación y éxito. Y pues eso contribuía a que existiera una serie de problemas económicos y, como éramos tantos, eso dificultaba la convivencia.
¿Qué dibujaba en aquel entonces?
Fíjate, no sé, creo que eran símbolos que se me ocurrían porque en esa edad, en esa etapa, uno no tiene una formación y tampoco una idea de cómo copiar la naturaleza. Simplemente lo hacía porque me hacía sentir bien. Mientras que los demás se envolvían haciendo ciertas actividades en la comunidad, maldades y esas cosas, pues yo me refugiaba dibujando. Con el tiempo, la práctica me llevó a desarrollar ciertas destrezas.
¿Quién fue su primer maestro o maestra?
Como le digo, yo vengo de un ambiente donde no tenía la facilidad para estar orientado al arte, no tenía idea de que existían museos, de que existían grandes artistas, quizás otros contemporáneos míos tuvieron acceso a esa información, pero yo no la tuve. De niño y adolescente me interesó mucho la obra de un artista que se llamaba Johnny Vázquez. Era un hombre blanco, un hippie, que vivía una vida bien bohemia en la playa de Loíza. Me parecía genial lo que hacía y quería ser como él porque en las escuelas, en todos los bares, en todas las paredes del barrio había obra de él, y para mí era como el gran artista porque no conocía a nadie más ni tenía idea de cómo era el mundo del arte.
¿Cómo aprendió a dibujar?
Fui bien autodidacta. Lo primero que hice fue empezar a copiar cómics y podía estar horas y días. Mi familia estaba preocupada porque ya no era normal. Me escondían las cosas, me las rompían porque se supone que yo estuviese pensando, que estuviese desarrollando unas destrezas para sobrevivir como sobrevivían los demás. Para ellos no era normal, era el raro, el loco, el distinto. Después apareció la oportunidad de aprender ilustración por correspondencia y eso también me ayudó un poquito. Una vez adquiero bastante destreza, decido irme a Nueva York (en 1973).
¿Cómo fue esa transición?
Fue bien difícil porque no dominaba el idioma y cuando llego al Barrio Latino, a la 110, todo el mundo pensaba que yo era afroamericano. Te puedo decir que sentí el rechazo del mismo puertorriqueño. En ese entonces vivía con mi tío y lo que hice fue matricularme en unos cursos de inglés para aprender y ver si podía entrar a la universidad. En ese periodo me mantuve dibujando y ahí es que entro en contacto con Petra Cintrón, Ángel Allende y Ángel Guzmán, quienes formaban parte de un centro cultural, la Organización Lidiada de Artistas (OLA). Petra, quien era una puertorriqueña negra, rápido que vio mi trabajo dijo, “wao, miren esto”, y llamó a todo el mundo. A partir de ahí, me adoptó, fue como una madre en ese sentido. En el centro me facilitaron los materiales para que yo trabajara, tomé clases de pintura formal y me pusieron en contacto con el mundo del arte, los museos. Fueron ellos los que me llevaron al Taller Boricua, donde estuve en contacto con otros artistas, incluyendo a Carlos Osorio, quien fue el que más me prestó atención. Me admiraba mucho y creyó en mí.
¿Cuánto tiempo estuvo en Nueva York?
Estuve cerca de dos años, pero luego me enfermé y tuve que regresar a Puerto Rico.
¿Qué le pasó?
Me dio una infección severa en el hígado que casi me cuesta la vida. De hecho, vine a Puerto Rico a morir, como quien dice, porque en Nueva York me dijeron que me quedaba poco tiempo. Una vez llego acá comencé a seguir una dieta totalmente vegana, empecé con la medicina natural y el naturismo y tiempo después, cuando vuelvo a hacerme las pruebas, me dicen que me había curado. Desde entonces, hace casi 50 años, soy vegetariano.
¿Y cuándo es que entra a la Escuela de Artes Plásticas?
Eso es una historia larga. Lo que pasa es que cuando ya me siento mejor de salud, cojo mi portafolio y voy a la Escuela de Artes Plásticas, que en ese entonces era donde está ahora el Archivo General, y el director era Ricardo Alegría, que en ese momento yo no sabía quién era. Llego allí con mi portafolio y mi guille de neoyorquino y cuando entro y le digo a la secretaria que quiero una solicitud para estudiar, me dice que lamentablemente se habían acabado. Pero qué pasa, que la puerta de Ricardo Alegría estaba abierta y cuando él escucha eso, sale, me mira, hala la gaveta del escritorio de la secretaria y saca un montón de solicitudes, cuestionándole por qué me había dicho eso. Mientras yo estoy llenando la solicitud, él comienza a hablar conmigo, me pide el portafolio, lo observa y después se me queda mirando y me pregunta si yo quería ser profesor. No podía creer lo que me estaba diciendo y mi reacción fue decirle que no porque técnicamente no podía explicar lo que hacía. Después de eso, tomé el examen para entrar, pero llamaron a todas las personas que lo habían cogido, menos a mí. Eso me molestó tanto que estuve mucho tiempo sin estudiar. Por eso es que vengo a entrar en 1985.
¿Qué hizo en ese periodo?
Seguí trabajando, haciendo exposiciones en galerías, dándome a conocer. Por eso, cuando entro a la Escuela a estudiar, me ponen a dar clases inmediatamente, siendo estudiante y profesor.
¿Cómo descubre el lenguaje de la abstracción y cómo lo hace suyo?
Lo interesante es que a medida que pasa el tiempo uno pasa de la etapa imitativa a la etapa interpretativa hasta que llega a la etapa creativa que es cuando uno se convierte en un maestro. A medida que pasa el tiempo el mismo espíritu te va indicando que ya llegó el momento de hacer ese cambio. Y yo, como artista, me interesé mucho en aprender todo lo que había hecho el ser humano desde el paleolítico hasta ahora. A medida que fue pasando el tiempo fui desprendiéndome de todas esas influencias, tratando de ser yo, aunque no le gustara al público, aunque yo mismo me sintiera raro por el hecho de que no te acepten. Esa lucha interna uno tiene que librarla dentro de sí para poder seguir desarrollándose hasta lograr un lenguaje propio y eso fue lo que hice.
Hábleme de ese mundo interior.
Eso es algo que surge con el tiempo, con la experiencia. Eso no lo puede hacer un principiante porque tienes que estar horas, años y días. Y yo estuve años, horas y días haciendo lo mismo y haciendo lo mismo y todo estaba mal, esto está feo, esto está feo, esto está feo. Hasta que luego descubres que coges con las manos un paño o una servilleta la hundes en el color y cuando la tiras y miras, están los dedos y las manos. Pero primero tienes que internalizarlo, es un asunto de adentro, y si está adentro, sale.
¿Cómo trabaja el color en su obra?
Trato de hacer mi propio color emocional. No uso el color que compro, sino que trato de fabricarlo, de que ese color sea el apropiado para el efecto que quiero producir sobre la superficie. El color es bien importante para mí, pero trato de no usarlo de la manera tradicional. O sea, que si trato de pintar un cielo no necesariamente tiene que ser azul, y si voy a pintar una figura no necesariamente tiene que tener color piel. Cada color tiene para mí un significado porque el color puede enfermar como sanar.
En su reciente exhibición (2023) que presentó en la Liga de Arte de San Juan (“Cuatro brochazos, tres trazos, dos rayados y un borrón”) hablaba de la forma sutil, a la forma formada, a la forma formante, ¿qué quiere decir con esto?
Eso es bien interesante porque yo estoy trabajando con la forma de manera tal que le brindo al espectador participación. Si trabajo la forma acabada, no hay oportunidad de que el espectador sea parte de la obra, pues simplemente la contempla y a los cinco minutos se va, pero al hacerla de esa forma, va a estar más tiempo en la obra, formando parte de la obra, como si él fuera parte del artista que la está creando. Ahí es que la forma formada comienza a formarse a forma formante. Por eso en muchas ocasiones vas a ver que en mis obras los rostros no tienen boca ni nariz, pero tienen la expresión. Eso es lo que hace que la obra se vuelve más interesante y universal. Es lo que provoca que se genere un diálogo.
En su obra aborda temas sociales, raciales, económicos, ¿por qué son esos temas los que le preocupan y le interesa plasmar?
Es que uno no puede escapar de lo que uno es. Si yo soy puertorriqueño, mis temas tienen que ser puertorriqueños, caribeños. Nunca he sido seguidor de los ismos. Si buscas mi trayectoria no puedes decir que he sido abstracto o impresionista. A pesar de que conozco estos estilos, siempre los rechacé porque me interesaba más ser yo, tener mi propio lenguaje. Entonces, si soy yo, todo lo que soy no se lo voy a ocultar al público, tengo que ser honesto. Podría hacer obras con temas comerciales, decorativos, pero soy de los artistas que cree que si uno no lo dice nadie se entera porque el poder siempre tiene el control. En el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico hay una obra mía que se llama “Los tres amigos”, que es una obra cargada, difícil, donde están representados la iglesia, el político y el economista. Todos se juntan para hacer cierta movida que trajo como consecuencia el asesinato de una mujer, Adolfina Villanueva, y todo eso está puesto ahí. No tengo miedo en decirlo porque lo digo con mi obra. Hay gente que se molesta conmigo y dice este tipo siempre en contra del gobierno, pero es que siento que el arte tiene que hablar de lo que nosotros callamos.
Hablando de silencios, el racismo ha sido un tema bastante invisibilizado en el mundo del arte en Puerto Rico, ¿cómo usted lo ha enfrentado?
Eso ha sido terrible, incluso yo he tenido la oportunidad de hacer exposiciones en galerías y digo no voy a ir, no voy a ir, hasta que me dicen tienes que venir porque te han comprado tantas obras. Y digo, chévere, pero por eso no voy a ir, pero es que te quieren conocer, chico, no seas así, y cuando llego, la gente se me queda mirando y devuelven las obras. No quieren llevárselas. Eso ha pasado mucho. Igual, hay gente que ha visto mi obra y dicen esa obra no es tuya.
¿Eso le ha pasado?
Montones de veces y me sigue pasando.
Ramón Bulerín narra durante la entrevista múltiples agresiones racistas que ha enfrentado en Puerto Rico desde que era un niño, derrumbando el mito de la armonía entre las tres razas que tanto se ha utilizado para invisibilizar el racismo sistémico que existe en el país.
Es algo con lo que ha luchado toda su vida y fue una de las razones que lo motivó a participar en 1996 de la importante exhibición “Paréntesis: ocho artistas negros contemporáneos”, que se celebró en el Arsenal de La Puntilla en el Viejo San Juan. Participaron, además de Bulerín, Daniel Lind-Ramos, Edwin Velázquez, Gadiel Rivera, Awilda Sterling Duprey, Liz D. Amable, Arlene Casanova y Jesús Cardona. Nos cuenta el artista que en ese entonces era muy poco, por no decir ninguno, el espacio que tenían los artistas negros contemporáneos en exhibiciones colectivas, galerías y otros espacios de arte. De ahí surge su inquietud de comenzar a hablar del tema con otros colegas, incluyendo a Edwin Velázquez, quien finalmente cura y organiza “Paréntesis”.
¿Qué representó para usted formar parte de esa exhibición?
Pues fue bien difícil porque una vez pasa la exhibición se me cerraron todas las puertas. Tuve que dejar mi taller en el Viejo San Juan y estuve diez años casi deambulando. Por eso no pude ir a la exposición que se hizo en Humacao, en Vieques, porque emocionalmente no podía. Me aparté y ahí desaparecí porque perdí todo y me quedé prácticamente en la calle. Fue una cosa terrible. Me vieron a mí como el causante de eso que se dio.
Pero, ¿cuál era el problema?
El problema es que en Puerto Rico no hay negros, y como yo digo que hay, pues me he vuelto loco, porque aquí no hay racismo. Es un asunto colonial.
¿Por qué es importante la representación?
El arte no debe ser privativo de un grupo porque todos los seres humanos somos creativos. A veces me preguntan y me dicen tu arte es negro y digo mi arte no es negro, no es blanco ni azul ni amarillo, simplemente es arte. ¿Porque lo haga yo tiene que ser arte afrodescendiente? Cuando hablan de mí dicen que soy artista afrodescendiente, pero por qué cuando hablan de la artista fulana no ponen que es europea. Yo quiero que llegue el momento que digan, Ramón Bulerín, artista puertorriqueño. Que no importe si soy negro o soy blanco, que lo que se vea es la aportación al país. Eso de tú para aquí y yo para acá, no me agrada. Eso me molesta porque cuando miro a los demás colegas artistas lo que miro es su desempeño, su obra, no estoy considerando que su obra es buena por esto o por aquello.
Pero, por otro lado, es importante porque si no se hubiera dado “Paréntesis” quizás no se hubiese visibilizado el racismo que existía dentro del arte en Puerto Rico.
Claro, si no se hubiera dado en el arte, yo podía haber estado 50 años diciendo que había racismo y no se hubiese notado. Simplemente se dio por el hecho de que se hizo la exposición.
Usted ha insistido en que nunca ha seguido las corrientes artísticas o los modismos, ¿por qué? Un gran artista muchas veces es denominado así por analistas, críticos y todo un circuito de coleccionistas de arte que son los que tienen el poder económico y político para decidirlo. Así es que se decide quién es bueno y quién no lo es. Eso es bien contradictorio con lo que es el arte en realidad porque uno entiende que el arte es lo opuesto a eso. En ese caso, uno tiene que tomar una decisión, o se es fiel a sí mismo o simplemente te dejas arrastrar por esas corrientes. En mi caso, yo decidí seguir haciendo mi obra por encima de eso, aunque estuviera destinado a fracasar.
Pero no fracasó. Su obra se conoce y se mueve a nivel nacional e internacional.
No es que se mueva. Yo he tenido que sobrevivir con otras cosas porque puede que pasen tres o cuatro años y venda solo una obra. He tenido que hacer otras cosas que no quería para dedicarme a mi arte. Lo que me ha ayudado es que siempre he creído mucho en mí y he sido consistente. Nunca me quité a pesar de lo difícil que es ser artista en este país.
¿Qué hizo que no se quitara?
Es que el arte para mí no es tan siquiera un trabajo. Cuando me metí en este mundo no tenía idea que el arte era algo importante. No fue hasta que alguien me enseñó y lo vi en museos que entendí su grandeza. Yo empecé a hacer líneas porque eso me daba cierta libertad y fuerza. Por eso pienso que el arte me escogió a mí en vez de yo escogerlo a él.
¿Cuánto tiempo se visualiza haciendo arte?
Para el resto de mi vida. El único problema es que estoy enfermo porque estoy perdiendo la vista y ya me queda muy poco. No sé cómo hacerlo y ahora estoy tratando de organizarme… Estoy tratando de hacer todo lo que pueda para cuando no pueda ver. Apenas veo, no puedo casi salir solo porque tropiezo, quizás dentro de meses tengo que usar el bastón.
¿Y cómo está trabajando?
Trabajo de memoria… Todo ese trabajo (reciente) lo hice con la memoria. Tengo mucho que decir con mi trabajo, pero tengo esta enfermedad que me está limitando y no sé qué hacer, si hacer otra cosa. A veces pienso que tanto que tengo adentro quizás se quede dentro, no sé cómo hacerlo, porque me gusta dibujar y me gusta pintar, y pensé que iba a tener más tiempo para seguir haciéndolo, pero eso son cosas que pasan. Y da miedo, da un poco de miedo porque no ver es algo que no es fácil, dejar de ver, ¿verdad? Uno puede seguir escuchando y sintiendo, pero no ver lo que quieres ver… quizás lo vea adentro, quizás lo quiero hacer para que otros lo vean y no es fácil… Pero estamos vivos y eso es parte de la misma vida, es parte de lo que somos.
¿Qué le ha dado el arte a Ramón Bulerín?
Libertad, me ha dado mucha libertad y me ha salvado porque he adquirido mucha sabiduría. El conocimiento puede servirte para algo, pero te puede llevar a cometer muchos errores, pero la sabiduría, a través de la experiencia, me ha ayudado mucho. No puedo hablar de riqueza ni posición económica porque realmente no es así, pero me siento bien conmigo mismo porque el hecho de tener conocimiento me ha hecho sabio y eso es como ser rico.