En esta reseña/entrevista, la artista puertorriqueña dialoga sobre su acercamiento a la cerámica y la historia detrás de su pasión
El agua surca por la tierra. Pasa por las rocas, rompiéndolas cada vez más, hasta que sus partículas se suspenden en el cauce. Cargadas por las corrientes, poco a poco se depositan, a través de siglos… creando el barro. Esto es lo que hoy se entrelaza entre las manos de Cristina Córdova.
Al llegar a su estudio, inmerso en el bosque de Penland, Carolina del Norte, se entra en un espacio amplio, organizado armónicamente donde, entre herramientas y mesas de trabajo, se avistan rostros y cuerpos aún sin quemar (proceso mediante el cual se endurece la cerámica). Córdova tiene una peculiaridad: mientras habla, juega con una pequeña porción de barro. Armándola, ahuecándola, colapsándola de manera inconsciente. “Yo no había encontrado un medio que fuese completamente a tono con mi personalidad”, recuerda Córdova para enseguida añadir que “el barro tiene esta serie de cualidades que son como un eco de cómo yo soy en el mundo, cómo quiero ser en el mundo, cómo he sido”.
“El barro tiene esta serie de cualidades que son como un eco de cómo yo soy en el mundo, cómo quiero ser en el mundo, cómo he sido”- Cristina Córdova
Al recordar su primer contacto con la escultura, lo sitúa a través del contexto religioso católico, la imaginería religiosa. “Como niño, te adentras en esos espacios sagrados y ves todas esas esculturas melodramáticas. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que me formó, porque antes que te des cuenta de que alguien lo hizo, con el fin de crear una reacción, en la conversación como que se asume que vienen de Dios… Yo empecé haciendo santitos, eran al estilo de la talla, pero en cerámica”, cuenta la artista.
Su madre, a su vez, quien fue coleccionista de arte (y por quien había tenido esos primeros contactos con los “santos de palo”) reconocía el valor de la creatividad en la niñez. “Cuando yo era pequeña, había un centro creativo que se especializaba en el barro que se llamaba Casa Candina, empezada por los candinos (Susana Espinosa, Bernardo Hogan, Jaime Suárez y Toni Hambleton)”, dice Córdova. “Yo cogí muchas clases ahí, porque mi mamá entendió que yo tenía mucha energía, y se dio cuenta que si me ponía en ese contexto creativo, la energía se podía canalizar”.
Hoy día, Córdova es laureada como la heredera de la tradición ceramista comenzada por Casa Candina. Pero, dentro del contexto cultural isleño, no es solo portadora de esta antorcha, sino de la práctica ancestral enraizada desde las culturas precolombinas insulares.
La artista comenzó sus estudios en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez, ingresando en la concentración en Ingeniería. Pero rápidamente notó que ese no era su llamado, sino que su camino estaba en las artes. “Me cambié a humanidades y empecé a tomar talleres”, relata Córdova. “Jaime Suárez, yo no sé ni por qué, le dio por ir a dar una electiva… una suerte increíble. Y yo la tomé, y ahí quedé prendada con el barro, pero desde una perspectiva un poco más madura dentro del contexto del arte… Es por Jaime Suárez, él me reveló eso”, señala para enseguida describir a Suárez y a Susana Espinosa como sus dos mayores influencias en la cerámica. Suárez utiliza el medio del barro y el cemento en el lenguaje de la abstracción para trabajar temas fundamentales de la experiencia humana: la imperfección, la metáfora, la simpleza de la belleza. Estas indagaciones destacan en sus alusiones a la naturaleza, la imperfección del ser. Obras suyas, como el "Tótem Telúrico" (1992), que ocupa la posición central en la Plaza del Quinto Centenario en San Juan, relatan historias de este modo, a través de la interpretación de las figuras y los gestos en la cerámica.
Sin embargo, el uso del barro en la creación de obras, ha sido denominado como propio de la artesanía (por consiguiente, no del arte), y se han trazado líneas entre lo que se denomina arte y artesanía. Se dividen como si no hubiera campo entre estos conceptos. Se ha situado la diferencia en la cualidad o capacidad funcional del objeto creado y su masificación: por ejemplo, una vasija como recipiente, o una cesta tejida. Otros, como la crítica de arte Marta Traba, ha postrado la línea en la capacidad interpretativa de la obra, los significados que se potencian de esta. El Instituto de Cultura Puertorriqueña, por ejemplo, ha adoptado un justo medio, alojándolas bajo “Artes Populares”.
“Yo creo que hay un vínculo material entre lo que históricamente se considera arte y esos medios que nunca se han cuestionado cómo no ser arte: la pintura, la escultura en mármol, el bronce. Pero entonces hay una serie de materiales que fueron materiales de apoyo en el contexto del taller histórico. El barro se usaba para hacer bocetos… eran materiales que no eran nobles”, medita la artista. Córdova, quien recientemente fue galardonada con el premio (de prestigio mundial) Maxwell/Hanrahan 2024 en Artesanía, añade, “y también eran materiales que necesitaban cierto tipo de descubrimientos tecnológicos para hacerlos duraderos y accesibles a la comunidad creativa”. Da como ejemplo los hornos en formato reducido para el quemado de la cerámica. “Para mí es una respuesta compleja, porque cuando pienso en artesanía pienso también en una línea de transferencia de información que tiene una profundidad y especificidad cultural. Hay ciertos medios que se consideran artesanales, simplemente por el artista trabajar en ese medio”, dice.
Al graduarse de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez y trabajar algunos años en el estudio de Toni Hambleton, Córdova continuó sus estudios en el New York State College of Ceramics, donde es becada y prosigue adentrándose en la creación con barro. Esta búsqueda la lleva, alrededor del 2003, a hacer una residencia de artista en el Penland School of Craft, Carolina del Norte. Es allí donde encuentra un respaldo total, un sentimiento de comunidad y apoyo que la ayudan a desarrollarse a plenitud, y donde hoy imparte clases y ofrece internados a artistas emergentes en el campo de la cerámica.
Su estudio se encuentra inmerso en un bosque de pinos coníferos, donde se escucha el silencio y donde un camino lleva, por una bajada, a su hogar. La belleza y tranquilidad de Penland, al igual que el suelo caribeño, ha dejado huella en su obra. Se ve, por ejemplo, en el colorido de sus obras, en los tonos de sus esmaltados. Córdova siempre ha trabajado la figuración como método de expresión. Sus cuerpos, esmaltados con técnicas que realiza bajo la influencia de Susana Espinosa, portan tonos variados o, en instancias, totalmente negros (lo que rememora a los antiguos azabaches). Rompen con la mímesis para entrar en la encarnación de recuerdos y sentimientos. Su obra “Desde mi balcón” (2021) presenta un desnudo rodeado de vegetación tropical en tiestos. “Altar” (2021) desploma un cuerpo frente a un telón de fondo, creado por la fragmentación del paisaje montañoso.
“Yo he estado en una búsqueda bastante incómoda”, confiesa la artista. “Una búsqueda de algo, un cambio formal… No podía salir de la figuración explícita, ni de la narrativa. Y por fin, luego de varios cantazos, he llegado a esto”. Entre estos golpes, marca la reciente pérdida de su madre. “Se te va el piso…Te desliga de todo lo que implica eso”, confiesa.
Córdova ha dejado de buscar el cuerpo, está buscando el alma. Ha comenzado un proceso de deconstrucción, de romper (o mutar) su estilo en búsqueda de significado (como lo haría filosóficamente Derrida con las palabras). “Los hago y los destruyo, y entonces los reconstruyo”. De manera aleatoria o meditada, los cuerpos de Córdova, al romperse, dejan que el fluir de la naturaleza se interponga. En esto, quizás, busca atrapar una verdad, algo inmaterial. Es una forma de abrir la figuración a una posibilidad nueva de interpretación.
En el suelo de su estudio trabaja en una obra, a la cual ha pensado llamarla “Madre”. En formato de mural, Córdova ha marcado el barro, como si lo pintara, moldeando y trabajando a su vez la silueta de sus hijas. En esto ha tomado inspiración de la obra de Arnaldo Roche Rabell, en particular “The blue of ruins” (2007-2016), utilizando el molde directo del objeto como punto de partida, capturando la fragmentación de la fibra terrenal. Con ello, la obra de Cristina Córdova se convierte en una búsqueda de plasmar lo inmaterial a través de la materia, de lo pasajero e impermanente. De lo que se escapa del cuerpo. Hay una cita, atribuida a Leonard Cohen, que hoy aplico a su obra: “Hay una grieta en todo; así es como entra la luz”.
Sobre el autor: Jorge Rodríguez Acevedo es analista, teórico y escritor de temas culturales, enfocado en arte puertorriqueño. Cuenta con un bachillerato en Filosofía de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez, y realiza una maestría en Humanidades y Estudios Culturales de la misma institución. Se ha desempeñado en la docencia y en la labor museística.