El Santurce cuir de Freddie Mercado: “El cangrejero que vive dentro de mí”
- Lawrence La Fountain-Stokes
- hace 4 días
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El investigador Lawrence La Fountain-Stokes discute la obra del artista Freddie Mercado Velázquez en el contexto de la historia LGBTQIA+ de Santurce

Santurce es un barrio gay o, mejor dicho, cuir: espacio de vida nocturna y diurna, simulacro de ciudad, local de convergencia de personas de todo Puerto Rico e islas aledañas, donde se entrecruzan el mundo de las artes, de la música, del teatro, de la danza, de la literatura, de la banca, de la medicina, del activismo y del gobierno; barrio de gente rica y de gente pobre and everything in between. Por sus aceras transitan criaturas diversas a todas horas, como ha plasmado Mayra Santos Febres en su magistral novela “Sirena Selena vestida de pena” (2000), protagonizada por una diva transformista que negocia la exclusión y la marginación en la calle (especialmente en la parada 15) a través de su cuerpo, de su belleza y de su voz. El escritor Luis Negrón también evoca a Santurce en su galardonado libro de cuentos “Mundo cruel” (2010), lleno de relatos conmovedores e hilarantes. Ambos textos surgen de la euforia y de los retos de los años ochenta y noventa (por ejemplo, la pandemia del sida y la gentrificación) y resaltan la centralidad de la cultura LGBTQIA+ en un contexto profundamente local.

También es un barrio cinematográfico, lleno de inmigrantes y trabajadoras sexuales y reinas de belleza y fisiculturistas y doñas de Condado y Miramar retratadas por Carmen Oquendo Villar y José Correa Vigier en su valiosísimo documental “La aguja/The Needle” (2012), que se enfoca en la clínica de estética del enfermero retirado y transformista José Quiñones, un mundo que se desplaza desde la parada 18 hasta Villa Palmeras y zonas limítrofes y que incluye mascotas, amas de casa, shows de dragas en el patio, visitas de familia y lágrimas de soledad. Es el mismo mundo que aparece en el documental “Mala Mala” (2014), dirigido por Antonio Santini y Dan Sickles, por ejemplo, cuando vemos a la activista y educadora de salud pública Ivana Fred caminando por la noche por el Barrio Gandul repartiéndoles condones a chicas que se encuentran en plena faena, para luego verla de día haciendo ejercicio por la Laguna del Condado o en una protesta por sus derechos con la Butterflies Trans Foundation en frente del Capitolio de Puerto Rico en Puerta de Tierra.

Tiene larga historia. En los años cincuenta (o tal vez a principio de los sesenta), Santurce fue el pasajero albergue del tío homosexual de Lidia, la niña protagonista de la reconocida novela “Felices días, tío Sergio” (1986) de Magali García Ramis, al igual que de la tía del artista Antonio Martorell, Consuelo Cardona, la dueña del Bazar Las Muchachas, una mujer “fuerte” que andaba con una pistola nacarada en la cartera (¿o era en el bolsillo?) y siempre tenía una señorita (o como decían, una “buena amiga”) a su lado, una anécdota capturada en detalle en las memorias del maestro tituladas “La piel de la memoria” (1991).
Santurce es el barrio de discotecas que existen y que dejaron de existir, como la famosísima Bachelor (donde se presentaba Antonio Pantojas), Krash (también conocida como Eros, el reino de Nina Flowers), Circo, Scandalo The Club y Kweens Klub (que sigue abierta); de bares como Juniors, Tía María Liquor Store, Cups, The Bear Tavern (La Taberna de los Osos), Pulgatorio y Zal Zi Puedes Mini Bar (ahora Ladybug, al lado de Asia de Lima en la Ponce de León), documentado detalladamente por Manuel Clavel Carrasquillo en su extraordinaria “Radiocrónica de las noches de fantasía en el bar Zal Zi Puedes” transmitida por Radio Universidad de Puerto Rico en 2014; y de chinchorros como La Nueva Yahaira, que quedaba donde ahora está el monumental condominio Metro Plaza Towers en la esquina de la calle Villamil, a media cuadra de Krash, y donde las cervezas costaban a peso. También es el barrio de importantísimos centros culturales comunitarios marcados por la autogestión, como El Hangar en Santurce en la calle Hoare cerca de la Fernández Juncos, que está luchando contra la gentrificación y el desahucio, como ha documentado el arquitecto Regner Ramos en conversación con Carla Torres como parte de su proyecto Cüirtopia (Episodio 22: “El Hangar”).


Santurce es la meca cuir analizada con lujo de detalles por el historiador Javier E. Laureano en su pionero libro “San Juan Gay: Hacia una historia LGBTQ+ de Puerto Rico”, publicado por la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2016. Su segunda edición apareció en 2024 y llevó a una presentación auspiciada por el ICP en el Teatro Victoria Espinosa en la calle del Parque, en el mismísimo corazón de Santurce. La presentación contó con una electrificante performance del artista Mickey Negrón leyendo el escandaloso cuento sadomasoquista de Manuel Ramos Otero, “Historia ejemplar del esclavo y el señor”. Mientras leía, se proyectaban imágenes de gallineros en Aibonito (el pueblo natal de Mickey) y de su intervención de 2015 detrás del Capitolio en la avenida de la Constitución, “PonerMickeytarme: ritual de pluma y purificación”, en la que se enchumbó de miel de abeja y de plumas blancas en medio de una marcha llena de pentecostales y de católicos conservadores que se oponen a la educación con perspectiva de género. También es el barrio donde el colectivo Asuntos Efímeros filmó el video homenaje “Yo siempre quise viajar” (2020) dirigido por María José tras el vil asesinato (hasta el día de hoy irresuelto) de Alexa Negrón Luciano, donde vemos a todo un grupo de personas no binarias, intersexuales, andróginas y trans sujetando espejos mientras caminan por la Ponce de León y les pasa una guagua de la AMA por el lado.

En medio de este torbellino, las performances muchas veces colaborativas del artista plástico Freddie Mercado han marcado el día y también la noche santurcina, por ejemplo su participación con Mayra Santos Febres en su cortometraje “Tercer Mundo”, en el que apareció “como este personaje, vestido, así como medio siglo dieciocho en decadencia”, recogiendo objetos desechados por toda la ciudad con un carrito de compras, “como un Rey Momo de la vida, de la calle y del rescate de la naturaleza y del globo”, como me contó Freddie recientemente. O si no, sus colaboraciones con El Santo de Santurce (un personaje enmascarado de la lucha libre, inspirado por su homónimo mexicano, interpretado por el artista multidisciplinario José Luis Vargas) a principio de los 2000, haciendo de su novia, la Mona Lisa Alien (“una dama de la corte, así con la cabeza de alien”), al igual que de “esta mujer coquetona que lo seducía, que era Chiwanda Sánchez, que era biutician”, que como explica Freddie, era “la coquetona del biuty con sus rolos y su coqueterío y su sandunguería y su eclecticismo en la ropa y toda la cosa”, y que inclusive viajó a la Ciudad de México con El Santo de Santurce para una Bienal de Radio. La misma Chiwanda Sánchez, con su cabeza llena de rolos verdes, que se aparecía en La Grilla, un chinchorro que quedaba en la Fernández Juncos cruzando la calle de lo que fue La Borinqueña en la esquina de la calle Hipódromo (al lado de los pinchos de marlin) en la parada 20, cuya dueña Mari quedó retratada en una pintura del artista y donde la gestora cultural Dama Estrada organizó un D’Chinchorro Tull el sábado, 29 de junio de 2013 con la presencia de DJ Satánica, Chemiótica, Karla Z y La Bolu y performances por Lío Villahermosa, Jeff Damon, Macha Colón, María De Azúa y La Jéctor (Héctor Torres) a beneficio de Freddie Mercado para ayudarlo a sufragar los gastos de un viaje a la República Dominicana.

Pero la presencia de Freddie también ocurre en espacios más privilegiados u oficiales, por ejemplo, en el Centro de Bellas Artes de Santurce, donde colaboró como diseñador de vestuario con el grupo de danza contemporánea Andanza para su pieza “Tres o cuatro jugadas: Son de Andanza” (2000) dirigida por Alicia Díaz, que contó con la participación del vocalista José Luis (Fofé) Abreu vuelto una enorme criatura (un mago) y de los bailarines Rodney Rivera, Carlos Iván Santos y de la misma Díaz.

“El performance constante de Freddie Mercado ocurre tanto cuando está encerrado en su casa como cuando está en una galería, en un museo de arte, o en un chinchorro. También se da cuando deambula por las calles, vestido de su manera habitual con túnicas y el largo pelo rizado suelto, o cuando tiene que llegar de su casa a un evento…” - Lawrence La Fountain-Stokes
Si bien la gente asocia a Freddie Mercado más con la calle y con los espacios públicos, el artista se ha presentado en el Museo de Arte de Puerto Rico (donde se transformó en la pintura de Campeche, “Dama a caballo”) y en el Museo de Arte Contemporáneo de Puerto Rico, mejor conocido como el MAC, en la parada 18; a veces como pájaro salvaje (águila o avestruz) o animal híbrido no humano (mitad persona, mitad monstruo: mosquito, como en Río Piedras para el festival de performance Quiebre en 2016; o cangrejo, para Amsterdam Art Week en los Países Bajos en 2017).

También tenemos sus colaboraciones con otros artistas, por ejemplo, como diseñador del vestuario que la artista y movedora Awilda Sterling Duprey usó como parte de su performance “Cimarrona” para “Puerto Rico Negrx” en 2024 en el MAC, o del vestuario utilizado para el cabaré “¿A cuánto está el cambio?”, liderado por Lydia (Puchi) Platón Lázaro en marzo de este año en el Taller Comunidad La Goyco en la calle Loíza, que contó con la participación magistral de Magali Carrasquillo, Iliana García Ayala, Maritza Martínez Planell, Cristina Sesto, Yolanda Velázquez, Teresa Karolina y Eduardo Alegría.

Resulta que las raíces santurcinas del artista son profundas. Como Freddie me explicó en una entrevista telefónica reciente, nació en 1967 en el hospital Ashford en El Condado y creció entre Country Club y Las Piedras, pasando mucho tiempo en Santurce en la casa de su tía paterna María (“La Negra”) Mercado en la calle San Juan, entre la Fernández Juncos y la avenida Las Palmas, ayudándola en su negocio, “un kiosquito, medio colmadito”, donde se vendían “las famosas alcapurrias de La Negra, que las conocía medio mundo”. En esta calle marcada por el trabajo sexual de mujeres trans, por negocios de clientela travesti como El Danubio Azul que aparece retratado en “Sirena Selena” (pero también por la New York Department Store, localizada en la esquina de la calle San Juan y la Ponce de León, que ahora es Marshalls y por la cercana panadería La Jerezana) y por su cercanía al Teatro Lorraine (que pasaba películas pornográficas en los años setenta) y a “un teatro donde se presentaba Iris Chacón a cada rato” (¿el Teatro Ambassador?), el joven adolescente Freddie y su tía se sentaban por las tardes “con sillitas, esas de metal, a ver los automóviles, cómo las montaban y se las llevaban y volvían y las traían y volvían y las depositaban, las que llegaban a hacer el show, que se metían en los negocitos”, mientras el sobrino y su tía bebían malta, uvita cola o Coco Rico. Son estas memorias y este profundo vínculo familiar las que llevan al sobrino a más tarde pintar un retrato de La Negra en acrílico sobre canvas, enalteciendo su legado.

Del Country Club y Santurce de adolescencia, Freddie pasó a vivir por un largo período en el Viejo San Juan (barrio con el que muchos todavía lo asocian) mientras estudiaba en la Escuela de Artes Plásticas y Diseño, periplo que duró casi diez años (de 1985 a 1994), graduándose con un bachillerato en pintura antes de que le caducaran los créditos, pero no antes de tomar clases de performance con Awilda Sterling Duprey y de colaborar con Petra Bravo y Viveca Vázquez. Ya para esa época exploraba la androginia en su presentación de ser y el vivir en la casa familiar le resultó imposible: “ya cuando uno empieza a involucrarse, verdad, a involucrar mi cuerpo en todo lo que estaba pasando, porque ya empezaba a ponerme esto y a ponerme aquello, obviamente en la casa no me lo querían permitir”. Eso, sin mencionar los retos de desplazarse de Country Club a San Juan en transportación pública, “porque yo viajaba en guagua todo el tiempo, hasta el sol de hoy”.
Fue el alza en los alquileres y la división de apartamentos en múltiples unidades más pequeñas lo que obligó a Mercado a irse del Viejo San Juan a finales de los noventa y a regresar a Santurce, primero a un apartamento cerca de un prostíbulo en una callecita al lado del Marshalls y más tarde a ese edificio tan maravilloso en la esquina de la Ponce de León y la calle Condado, donde estaba Almacenes Kress, un apartamento que Mercado describe como “el palomar”, porque era en el techo. Aquí tuvo que lidiar con personas que se le metían en la casa, lo cual lo llevó a hablar con la comunidad: “eso era algo que se hacía, no sé si todavía se hace, pero uno iba, verdad, a los espacios particulares de los puntos y se notificaba y entonces la gente estaba pendiente de esos personajes que, pues, por drogas o por situaciones eran los que se metían y entraban en los espacios aquí de los vecinos, de la vecindad. Entonces un poco los paraban y como que los regañaban”.

La gentrificación y el alza de alquileres de Santurce fue el causante del segundo desplazamiento de Freddie, del regreso al hogar de infancia en la primera extensión de Country Club, que es en San Juan y no en Carolina, como muchos piensan (cercano al Country Club donde creció Mayra Santos Febres), a la casa que se le quemó parcialmente después del huracán María y que todavía no se ha podido restaurar del todo. En este sentido, el artista ha sido víctima, por así decir, de múltiples desplazamientos provocados por la gentrificación, primero en el Viejo San Juan y luego de Santurce.

El performance constante de Freddie Mercado ocurre tanto cuando está encerrado en su casa como cuando está en una galería, en un museo de arte, o en un chinchorro. También se da cuando deambula por las calles, vestido de su manera habitual con túnicas y el largo pelo rizado suelto, o cuando tiene que llegar de su casa a un evento, como cuando le tocó caminar de su apartamento en la calle Américo Salas al Museo de Arte Contemporáneo vestido de avestruz, en parte porque no cabía en la guagua. Obra de arte portátil, eternamente cambiante, que camina de lugar en lugar, a la vez dentro y fuera, simultáneamente parte de la vida de la calle y de los más segregados espacios interiores del arte; mujer pública cultural, personaje que camina por la acera con una combinación de sensualidad explícita, comedia y arte, lo opuesto al flanêur anónimo de Baudelaire o al sujeto-ciudadano de Michel de Certeau; un portaestandarte de una democracia muy rara cuir, nómada como los sujetos teóricos de Gilles Deleuze y Félix Guattari, que interrumpe y no puede ser contenida; una criatura del día pero también de la noche, que es cuando llega “el brilloteo y el plástico y la cabeza de foam que guindaba con el ojo y la mano por el otro lao y la mitad del cuerpo por fuera”.

Hay tres, por no decir mil, Freddies que me interesa resaltar: uno, el de personajes femeninos célebres, de grandes mujeres blancas de la memoria colectiva puertorriqueña tales como Felisa Rincón de Gautier, la famosa exalcaldesa de la ciudad capitalina más recordada por haber traído nieve por avión desde los Estados Unidos para los niños de Puerto Rico en 1951; doña Fela (versión Freddie Mercado), el de las pelucas y abanicos; la del estacionamiento multipisos que lleva su nombre; la querida del pueblo, la Fela que la gente vio cuando el artista fue a su funeral en la alcaldía y lo empezaron a fotografiar, insistiendo que era un pariente. O si no, Freddie como Myrta Silva, “La Gorda de Oro”, la guarachera sandunguera, cantante mítica de los años sesenta. El Freddie que se convierte en doña Fela y en Myrta Silva es el Freddie del trance colectivo, del arrebato espiritual, del channeling espiritista; el que lleva a la gente a confundirlo con dama histórica o tradición cultural cuando se presentaba en el cabaré Círculo de Ivette Román, por la calle o en un lugar inesperado.


El segundo Freddie que rescato es el de la cita o apropiación cultural, de personajes inventados: mujer cubierta con un velo que se opone a la guerra del golfo Pérsico, que aparece engalanada con una diadema llena de soldados plásticos en su clase en la Escuela de Artes Plásticas, causando que la profesora grite de sorpresa; personaje histórico del barroco colonial de Indias, como en el MAPR o en la Campechada; damisela renacentista italiana; figura birracial, multifacética, de dos rostros, uno adelante y otro atrás: mitad blanca, mitad negra, como doble que rescata la experiencia de la esclavitud y sus huellas inscritas sobre la piel en un juego de frente y espalda. Freddie misterioso pero también ultracriollo, sandunguero, cafre y, por qué no, hasta folclórico, con una fuerte veta popular urbana, aprovechándose de las tretas del débil, como la ensayista y crítica literaria Josefina Ludmer ha llamado a las estrategias de resistencia de Sor Juana Inés de la Cruz, o como una inversión de la mímica esquizofrénica que el crítico afroamericano Henry Louis Gates discute en su libro “The Signifying Monkey: A Theory of African American Literary Criticism” (1988).

El espacio insular de Puerto Rico de repente se convierte en el mundo creativo de las mil y una noches o en catálogo enciclopédico, de tajante envergadura crítica sociopolítica, algo que el crítico del New York Times Holland Cotter no supo apreciar en 2001 al comentar sobre Mercado y otros jóvenes artistas puertorriqueños: “El minimalismo no es su escena, ni lo es —de ninguna manera abierta— la política”. Un misterio entre absurdo y perfectamente reconocible, que quiebra el insularismo del ensayista Antonio S. Pedreira de una manera tan inesperada, casi borgiana, que confunde lo trivial con la referencia sociológica. El exótico otro se mezcla con el localismo exagerado en una estética donde todo vale y todo puede ser referenciado. Curiosamente, la estancia en el terruño (es decir, la resistencia o rechazo a la migración) provoca la más radical opción de distanciamiento.

Por último, hay que señalar los performances estridentes de Mercado, sus personajes no humanos que llevan a la desintegración del sujeto y que articulan sus propias fronteras liminales al convertirlo en animal de dos sexos, en monstruo o en muñeca: Freddie como gallo/gallina, que pone huevos y busca a su gallo en sí cocoroqueando por los pasillos del Museo del Barrio de Nueva York en 2001; Freddie vaca, como en la exposición internacional CIRCA 2007; Freddie, muñeca surrealista, esperpéntica, de curvas sinuosas y sexualidad sobrecargada, reminiscencia de las vedettes del Caribe como Iris Chacón o Tongolele, tal como en su presentación en Lima en julio de 2002. Este Freddie opaca las diferencias entre lo masculino y lo femenino, pero también entre lo humano y lo no humano; entre el sujeto y el objeto; entre el individuo y el fetiche o amuleto sexual. Se trata del Freddie del descaro y la afrenta sexual, de la voluptuosidad creada por las prótesis en las caderas, las nalgas y el pecho; más parecido a la travesti latinoamericana que a las drag queens transformistas.

Todas estas criaturas y manifestaciones coexisten en la figura de Freddie Mercado, artista cuya historia está profundamente vinculada a Santurce, al barrio que refleja “el cangrejero que vive dentro de mí”. Al preguntarle, Freddie afirmó su vínculo a San Mateo de Cangrejos indicando “¡Santurce es grande, es parte de la vida, está en la sangre de la familia!”. A la misma vez, ahora que de nuevo vive en Country también siente una gran conexión geográfica con el casco urbano de Río Piedras –lugar igualmente marcado por el abandono, por poblaciones universitarias, por la vitalidad artística y musical (por ejemplo, de Asuntos Efímeros) y por la importante presencia de inmigrantes dominicanos.
Sobre el autor: Lawrence La Fountain-Stokes es profesor de cultura americana, lenguas y literaturas romances y estudios de género y la mujer en la Universidad de Michigan, Ann Arbor, donde enseña desde 2003. Fue director del Programa de Estudios Latinos y del Departamento de Cultura Americana en esa universidad. Recibió su bachillerato en artes de la Universidad de Harvard y su maestría y doctorado de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su libro “Queer Ricans: Cultures and Sexualities in the Diaspora” (2009) trata sobre migración y cultura homosexual puertorriqueña. También ha publicado “Uñas pintadas de azul/Blue Fingernails” (2009), “Abolición del pato” (2013), “Un breve y transformador relato de la historia queer” (2016), “Escenas transcaribeñas: ensayos sobre teatro, performance y cultura” (2018) y “Translocas: The Politics of Puerto Rican Drag and Trans Performance” (2021), que trata sobre transformismo y performance cuir y transgénero puertorriqueña. Larry se presenta como Lola von Miramar desde 2010 y aparece en la serie “Cooking with Drag Queens” en YouTube.