Conoce los detalles de la reciente muestra del artista Daniel Lind-Ramos, que celebró el Museo de Arte Moderno de Nueva York en su local satélite de PS1
Daniel Lind-Ramos viene cosechando éxito internacional desde 2019. Su pieza “María María”, incluida en la Bienal de arte americano del Whitney de ese año, llegó a la portada de la sección de arte del periódico The New York Times y desde ese momento el mundo del arte estadounidense se enamoró (con razones sobradas, dicho sea de paso) de la obra de este artista loiceño. Recientemente, cerró al público la muestra que el prestigioso Museo de Arte Moderno de la ciudad de Nueva York le dedicó en su local satélite de PS1. Abierta al público del 20 de abril al 4 de septiembre de 2023, la muestra fue comisariada por Kate Fowle y Ruba Katrib, con la colaboración de Elena Ketelsen González. Titulada “El viejo Griot—una historia de todos nosotros”, incluyó ensamblajes e instalaciones de gran tamaño, así como el vídeo de un performance. Juntas, las obras aludían a la experiencia afrocaribeña, a la historia colonial de Puerto Rico y a fenómenos recientes como la pandemia del Covid-19 o los huracanes.
Daniel Lind-Ramos tiene una larga trayectoria en las artes de Puerto Rico. Pintor, dibujante y performero, sus pinturas figurativas alusivas a las tradiciones afrocaribeñas y sus ensamblajes han formado parte de nuestro entorno artístico durante décadas. Desde temprano en su carrera Lind-Ramos se adentró en el mundo del objeto y su complejo bagaje de connotaciones. Sin embargo, en los trabajos que exhibe y por los que ha sido reconocido con grandes premios recientemente —becario de la Joan Mitchell Foundation (2019), recipiente del premio del Pérez Art Museum (2020) y becado por la MacArthur Foundation (2021), beca que también es conocida como el “genius grant”— la pintura ha dado pie al objeto como el elemento principal de comunicación visual. Construidas a partir de objetos cotidianos y dispares, muchos encontrados en el litoral loiceño, sus piezas por lo general remiten a la figura humana. La sensación del misterio y el espectro de la pintura en su uso de colores vibrantes, rondan sus obras. Y en todas las exhibidas abundan las alusiones a la naturaleza caribeña y a la herencia afropuertorriqueña de formas complejas y poéticas.
El viejo Griot es una de cuatro figuras que son recurrentes en las fiestas de Santiago Apóstol en Loíza Aldea. Traducido al inglés como “the old storyteller”, es una figura que contrasta con las otras: el diablo (vejigante), el caballero (español) y “la loca”. La obra que lleva este título y que abría la exhibición incluía la proa de un barco pescador colocada sobre una superficie de saco, carpas plásticas azules y tela blanca que asemejan la superficie marina. Sobre el barco, arrumbados a ambos lados, habían sacos en arpilleras pintadas que contenían fechas de eventos importantes para Puerto Rico y el Caribe, incluidas: la rebelión taína de 1511, el sitio de San Juan por los ingleses de 1797, la revolución haitiana de 1804, la guerra hispanoamericana de 1898, la creación del Estado Libre Asociado de 1952 y el asesinato de Adolfina Villanueva como parte de un proceso de deshaucio de una comunidad afropuertorriqueña en Loíza en 1980. La selección de fechas carga de significado político lo que de otra forma podía parecer una pieza inocua, pero que resultaba esencial para entender la estructura de la exhibición. Empezar la muestra con un barco es aludir a nuestra naturaleza de isla y a la distancia que separa nuestra experiencia del mundo norteamericano. También asocia al barco con los imperios y las invasiones y suscita el fantasma del tráfico atlántico de personas esclavizadas al aludir directamente a la revolución haitiana entre las fechas que carga. Al salir de la exhibición el espectador volvía a esta sala inicial y a la pieza de “El viejo Griot”, completando el viaje y llevándose las historias de la muestra hacia nuevos rumbos.
La concepción de la experiencia museográfica, el orden de la exhibición, me impresionó. Las curadoras iniciaban al espectador en el mundo de Lind-Ramos a través de un hermoso vídeo de un performance con los personajes de las fiestas de Loíza Aldea en la playa y una pieza reciente titulada “Centinelas de la luna nueva” (2022-2023) que actuaban como guardianes de un espacio sagrado, organizados de forma frontal y hierática. En la siguiente sala la muestra incorporó obras de la década del 2010 para dar trasfondo, moviendo al espectador hacia la confrontación con piezas alusivas a la naturaleza y al huracán María y terminando con piezas nuevas que trabajan temas de la pandemia. Sin embargo, a pesar de su hermosa estructura, los textos explicativos me decepcionaron. Narrativos, enfáticos en las costumbres y materiales de Puerto Rico, pocas veces le hicieron justicia a la compleja cultura visual que alimenta las obras de Daniel Lind-Ramos. En una de las primeras salas, por ejemplo, las curadoras reunieron algunos ensamblajes históricos del artista; “Armario de la memoria”, del 2012, y “Piñones”, del 2013, junto con una obra más reciente cuya verticalidad conversaba con las otras, “Figura emisaria”, del 2020. En todos los textos las curadoras señalaban el uso de troncos de palmas, calderos, ralladores de yuca y televisores viejos. Pero no discutían la profunda relación que el ensamblaje de esos materiales establece entre la verticalidad de la figura humana y el aspecto totémico de las esculturas. Perdidas en el exotismo matérico de estos ensamblajes, las curadoras desaprovecharon la oportunidad de ver “Figura emisaria” y sus dos acompañantes como piezas que toman algunos de sus recursos estilísticos de la visualidad católica con su énfasis en la figuración humana, la jerarquía y la simetría. En especial en el caso de "Figura emisaria”, encontramos alusiones formales a un altar, a los relicarios y a las aureolas de santo a la misma vez que se invoca la gastronomía de Piñones con sus anafres y sus vitrinas iluminadas de bombillas para mantener calientes los manjares en oferta.
La exhibición pasaba de estas obras austeras y a la misma vez ricamente alusivas, a una sección dedicada a las tres Marías: “María Guabancex” (2018-2022), “María de los sustentos” (2021), y “Baño de María” (2018-2022). Estas piezas conversan con su memorable “María María” (todas datan del mismo período) al utilizar los toldos azules como parte de su composición, así como pedazos de la palma de cocos, cacerolas, pedazos de aluminio, cubos y trompetas. De las tres, “María Guabancex” es la escultura más impactante. De dimensiones heroicas (aproximadamente 109 pulgadas de alto), la pieza incluye elementos arquitectónicos como partes de la casa del artista levantadas por la fuerza de los vientos del huracán, techos de zinc doblados y telas diversas. Organizada en forma de espiral ascendente, recuerda la fuerza de las esculturas del Barroco, pero su materiales y construcción niegan el parentesco. La escultura, que fuerza al espectador a darle la vuelta, está coronada con un espiral en su ápice, que funciona como cabeza y que sugiere un efecto ciclópeo. La cabeza es claramente reconocible como el ojo de un huracán.
“El viejo Griot-una historia de todos nosotros”, incluyó ensamblajes e instalaciones de gran tamaño, así como el vídeo de un performance de Lind-Ramos.
Hay algo extraordinario en crear imágenes tan complejas como las que logra Lind-Ramos con materiales del antropoceno caribeño. Algunas piezas tienen un aspecto “uncanny”, concepto que desarrollaron Freud y Lacan y que alude a la mirada que nos devuelven los objetos. En “María de los sustentos”, construída con cocos, carpas, redes, cacerolas, piezas de hierro y arpillera, estamos ante lo sagrado y también, incidentalmente, ante el temor o el respeto por lo femenino como fuente de vida y alimentación. La última pieza de esa sala, “Baño María”, evoca a la cocina por su título, pero sobre todo, invoca el sonido con su incorporación de fragmentos de trompetas, y la sensación del poder del agua con sus múltiples palanganas y espirales. Reminiscente a la iconografía cristiana, esta pieza también activa otras resonancias, como las de poderes ancestrales transculturados a través de la religión católica.
La obra de Daniel Lind-Ramos se muestra, entonces, como un palimpsesto, con resonancias diversas debido a su composición y sus materiales. En la última sala de la muestra esos materiales se universalizaban, pues aparecían los signos de la pandemia en la forma de guantes, mascarillas y productos de limpieza. En sendas piezas, “Ambulancia” (2020) y “Alegoría de una obsesión” (2022-2023), se acumulan objetos que divergían un poco de las salas anteriores porque los materiales naturales –pencas, cocos, palmillos– dan pie a los urbanos: altoparlantes, biombos lumínicos de vehículos de emergencia, fuelles. En “Ambulancia”, Daniel Lind-Ramos intenta presentar la complejidad de la pandemia en Puerto Rico, donde la emergencia de la Covid-19 vino cuando aún se experimentaban temblores y derrumbes en el área sur y oeste. La noción de mudanza está atendida en la forma de la pieza, que parece montada sobre una motora o scooter, y que crea un perfil diagonal que sugiere movimiento e inestabilidad. Sin embargo, mi vista preferida de esta compleja obra es la que se percibe de frente. Allí lo que parece un vehículo sobre ruedas adquiere cabeza en la forma del altoparlante y manos en la forma de dos paños azules con guantes. Y la figura adquiere una quilla en “v” con una pala, dos pedazos de madera y un soporte que parece metal unido con soga. Esta forma ancla la obra, libera alusiones materiales al espacio construido y sus derrumbes, y también crea una escisión. La figura humana es y no es, la forma se transmuta en arado y quilla de barco creando la sensación de lo que allí vemos separa un antes y un después. De hecho, es importante tener en mente que Daniel Lind-Ramos fue discípulo de Félix Bonilla Norat y que la abstracción es una consideración en su quehacer artístico. Si miramos con cuidado encontraremos que en más de una de las piezas de la muestra, Lind-Ramos entabla diálogos con la forma –sea el triángulo que escinde el espacio en “Ambulancia”, sea el espiral, que altera la relación del espectador con la escultura en “María Guabancex”, o las formas circulares que plantean la concreción y la forma cerrada en “Baño María”.
“Alegoría de una obsesión” (2022-2023) utiliza cubos y mapos para crear una pieza jocosa y caricaturesca, alusiva a la figura de la loca en las fiestas de Loíza Aldea. Como en el caso de “Ambulancia”, aquí Daniel Lind-Ramos plantea una lectura dual. Vista de lado, la obra claramente alude a una mujer empujando un carrito de limpieza, con sus mapos y cubos. Pero vista de frente la pieza adquiere un carácter terrorífico o monstruoso, con dos piezas que semejan cuernos en el tope del ensamblaje. A caballo entre caricatura y pesadilla, esta pieza concluye la muestra de una forma inquietante.
La visita a la muestra “El viejo Griot—una historia de todos nosotros” fue una experiencia extraordinaria. La exhibición incluyó ensamblajes tempranos, algunas de las piezas más conocidas y las obras más recientes del artista. Este conjunto de piezas dio al espectador la oportunidad de constatar que Lind-Ramos juega en sus últimas piezas con el color, así como con la cercanía entre abstracción y figuración. Su trabajo, exquisito a nivel formal, es una invitación a entender nuestra realidad afrocaribeña y a cultivar y preservar una memoria colectiva.