La crítica de arte Yolanda Wood repasa la participación de los artistas puertorriqueños en este importante evento del arte que celebra 40 años en el 2024
I. Introducción
Próxima a cumplir su cuadragésimo cumpleaños, la Bienal de La Habana ha sido un referente dentro de los circuitos expositivos y “bienaleros” no solo de nuestro continente, sino a escala global. Decir que se fundó en 1984 equivale a situarla dentro de un contexto internacional, con precedencias en la Bienal de São Paulo, de escala macro mundial, y la Bienal del Grabado de San Juan, centrada en una manifestación artística, según el gran prestigio y dinámica que la gráfica había alcanzado en Puerto Rico. Esta última tenía una orientación más latinoamericana que se extendió al área del Caribe un decenio y más después de su fundación en 1970. Cuando la Bienal de La Habana abrió sus puertas, aún no se había inaugurado lo que podríamos llamar “el boom” de mega exposiciones del área del Caribe en la última década del siglo. En este contexto, el presente artículo examinará, a partir de un breve recuento, la presencia de artistas y obras puertorriqueñas en las 14 ediciones de las bienales de La Habana.
“Si bien los encuentros habaneros contribuyeron sensiblemente a ampliar la visibilidad de la producción artística contemporánea regional, también pusieron de relieve la compleja dinámica de la promoción artística para países situados en los márgenes de los grandes centros hegemónicos del arte” - Yolanda Wood
II. Visibilidad del Caribe en las bienales
Si bien los encuentros habaneros contribuyeron sensiblemente a ampliar la visibilidad de la producción artística contemporánea regional, también pusieron de relieve la compleja dinámica de la promoción artística para países situados en los márgenes de los grandes centros hegemónicos del arte. Destacaré cinco grandes exposiciones en esa última década del pasado siglo: “Un nouveau regard sur Les Caraïbes”, celebrada en Paris, Francia (1992); “Carib Art”, Curazao (1993); “Karibische Kunst Heute”, Kassel, Alemania (1994); “Caribbean Vision”, Miami, Estados Unidos (1995); y “Caribe insular. Exclusión, fragmentación y paraíso”, Extremadura, España (1998). En ellas fueron mostradas obras de más de 250 artistas del Caribe insular.
Factores endógenos del proceso histórico-artístico de la región, pueden explicar cómo en estas mega exposiciones, todas realizadas por curadores no caribeños, tuvieron en la región una plataforma para sus proyectos y realizaciones, especialmente las ocurridas en Europa, como fueron: más de diez ediciones de la Bienal del Grabado de San Juan de Puerto Rico, cuatro ediciones de la Bienal de La Habana, la propia intensidad de la actividad artística y expositiva en el Caribe durante la década del 90, y la realización, en 1992, de la Bienal de Arte del Caribe y Centroamérica en la República Dominicana.
En lo que se refiere a la Bienal de la Habana, tomaron parte en la primera, 42 artistas de 5 países del Caribe insular; en la segunda, 63 artistas de 9 países; en la tercera, 14 artistas de 5 países, y en la cuarta, 17 artistas de 6 países. Es decir, que al inaugurarse los años ‘90, 136 artistas caribeños habían sido expuestos en esas ediciones y, en algunos casos, se trataba de artistas procedentes de países como Surinam y Guyana, del territorio continental del Caribe geocultural, cuya producción artística era bastante desconocida en la región y fuera de ella.
III. Puerto Rico en las bienales de La Habana (1984-1997)
Si apreciáramos entre los años 1984 y 1997 un momento inicial de la Bienal de La Habana, es altamente significativa la presencia de artistas y obras de Puerto Rico. Un total de 54 integraron la nómina de esas primeras cuatro ediciones (1ra Bienal: 18; 2da. Bienal: 29; 3ra. Bienal: 3 y 4ta Bienal: 4), cifra solo superada para las islas del Caribe por el país anfitrión. No bastaría solo destacar el aspecto cuantitativo con toda su significación, sino poner en valor los niveles de representatividad que tuvo esa presencia con figuras claves del arte contemporáneo boricua de la isla y su diáspora en todas las manifestaciones artísticas. Bien que no sería posible mencionar a todas y todos los participantes en el espacio de este artículo (que merecería un ensayo de mayor escala editorial), llamaré la atención sobre algunas y algunos de ellos.
En la primera bienal se diría que la gráfica boricua dominó el ámbito expositivo, lo cual revela la fuerza y cohesión de este movimiento surgido en la segunda mitad del pasado siglo en la isla de Borinquen. Este no solo se consolidó con la calidad y el talento de sus creadores, sino también con el surgimiento de plataformas institucionales en las que el carácter colectivo de los talleres y las motivaciones sociales y culturales del gremio, fueron claves en sus propuestas, e identificaron un verdadero movimiento artístico en el contexto nacional e internacional. La Habana vio las obras de una pléyade de creadores: Lorenzo Homar, Luis Cajiga Lugo, Marcos Irizarry, Analida Burgos, Luis Maisonet, Antonio Maldonado, Antonio Martorell, Yolanda Pastrana, José A. Rosa, Isabel Bernal, José R. Alicea y Luis E. Alonso, entre otros con predominio de las técnicas serigráficas, xilográficas, linóleo, calcográficas y diversas modalidades en collage y técnicas mixtas. Un grupo de artistas mostraron obras en acrílico (Carlos Marcial), encáustica (Pedro León), óleo sobre tela (Ramón Guzmán) y dibujo (Margarita Fernández Zavala).
La integración de esta participación contrasta sensiblemente con la nómina de la segunda bienal por la diversificación de prácticas artísticas que fueron mostradas por los artistas boricuas. A destacar, la fotografía en obras de Ramón Aboy, John Betancourt, Frida Medín y Héctor Méndez Caratini; así como la incorporación de la escultura en barro en obras de Sylvia Blanco (Fig. 1) e Ivette Cabrera, y las instalaciones de Jaime Suárez, Melquiades Rosario, Celia Morales, Nick Quijano y Antonio Navia, así como la incorporación del video por Diógenes Ballester en su propuesta. Resaltan en el conjunto mencionado, artistas de la diáspora que se dieron cita en La Habana. Muy significativa la presencia de Juan Sánchez con obras en técnica mixta sobre tela, Marco Dimas mostró dos piezas al óleo en gran formato y Marina Gutiérrez, su “Homenaje a Ana Mendieta” de 1986.
En la tercera y cuarta bienal, la participación boricua se contrajo sensiblemente en relación con las ediciones precedentes, pero grandes figuras dieron prestigio y notoriedad a esta nómina. Vale mencionar a Nick Quijano que había estado ya presente en la segunda bienal, Arnaldo Roche y Carmelo Sobrino. Mientras que, en la cuarta, las participaciones de Luis Hernández Cruz, Carlos Irizarry, Enoc Pérez y Jaime Suárez fueron muy relevantes. De modo que al concluir lo que he dado en llamar este primer ciclo de las bienales de La Habana, ha sido bien impactante la presencia boricua desde diversos campos artísticos y modalidades de expresión.
La quinta Bienal de La Habana, celebrada en 1994 con más de 200 artistas de 43 países, fue considerada por la crítica como una edición insignia que revelaba la madurez conceptual de este evento. Lliliam Llanes, quien fue directora de las bienales desde 1984 hasta 1999, expresó en ese sentido que “los conocimientos acumulados permitieron que finalmente quedara establecido un método de trabajo colectivo que desde entonces prevalecería”. La edición de 1994, cuyo eje central fue “Arte - Sociedad - Reflexión”, coincidió con una fecha de pensamiento crítico para nuestros países, pues en ella se reveló el polémico significado de los 500 años de la llegada de Colón.
La nómina caribeña de 24 artistas, se enriqueció con la presencia por primera vez de países como Aruba, Bahamas y Curazao que nunca antes habían tomado parte en acontecimientos internacionales de esta magnitud y con colecciones significativas por la contemporaneidad de las propuestas. Por Puerto Rico tomaron parte, Carlos Irizarry, Anaida Hernández, Víctor Vázquez, Antonio Martorell y Enoc Pérez con diferentes expresiones y medios artísticos.
Anaida Hernández presentó en esa ocasión su pieza “Hasta que la muerte nos separe” (1993), la que se situaba muy coherentemente en una de las áreas de interés de la bienal, “las diferentes expresiones de la marginación y las relaciones de poder en la esfera del arte” desde una perspectiva crítica y social. La artista instaló un “memorial” dedicado a 100 mujeres víctimas de feminicidios por violencia doméstica, ocurridos en Puerto Rico entre 1990 y 1993, a pesar de que, en 1989, se había aprobado en la isla la Ley para la Prevención e Intervención con la Violencia Doméstica (Ley 54). Quizás por ello su primera presentación fue en el Capitolio de Puerto Rico, lo que interesaba a la artista por todo lo que el acto significaba como expresión pública y contestataria.
En la base de la obra se personalizaban los nombres, fechas de nacimiento y muerte de cada mujer, y sobre un gran muro luctuoso, otra misma cantidad de nichos incorporaba símbolos referidos a las formas de violencia que habían vivido expresadas en palabras y armas blancas. Cada nicho estaba acompañado de flores y atributos como crucifijos, veladoras y otros objetos cotidianos, que la periodista Sofía Rico Maldonado comprendió como “un arte conceptual afectivo” para evocar a esas mujeres desde la memoria y el recuerdo. A partir de 2019, la obra integró la colección permanente del Museo de Arte de Puerto Rico, donde ocupa un sitio de importancia con una museografía relevante. Después de viajar a la Bienal de La Habana, la pieza continuó un itinerario internacional por el Ludwig Forum Museum, Aachen, Alemania; Museo de Arte y Diseño, San José, Costa Rica; en New York se presentó en el Lehman College Art Gallery, Bronx; Hostos Art Gallery, CUNY, Bronx, John Jay Art Hall Gallery, New York City. Esta obra ha sido invitada a integrar la nómina de la XV Bienal de La Habana conmemorativa de su cuadragésimo aniversario.
Las bienales, por su mayor escala y diversidad de propuestas, comenzaron a extenderse hacia el este de la ciudad capital para encontrar nuevos sitios en los Castillos del Morro y La Cabaña. En la sexta bienal (1997), tomaron parte Víctor Vázquez y Pepón Osorio, este último con una versión de su pieza “En la barbería no se llora” (1994), una emblemática obra que el artista había inaugurado en un espacio real de barbero en el Bronx. La versión habanera resultó de gran impacto en la recepción por comunicar un mensaje asociado a la sensibilidad popular sobre la construcción de masculinidades, tema común en nuestros países latinos.
IV. Nuevo siglo
Las más importantes tendencias que caracterizaron las bienales en el nuevo milenio, fueron su apertura a una escala urbana, comunitaria y con proyección hacia otras provincias del país. El arte en el espacio urbano, hizo de La Habana durante los tiempos de las bienales, una enorme galería a cielo abierto y con una participación pública que amplió los rangos de sus asistentes y espectadores. En la séptima edición, Allora & Calzadilla realizaron obras para muros callejeros con imágenes de gran escala que dialogaban con los transeúntes y apelaban su atención.
En esta edición, que inauguró el nuevo siglo, estuvo presente la obra “Constancia: acumulación + proyección” de Néstor Otero. En el área expositiva desplegó varias mesas en el espacio “convirtiéndolo en símbolo ancestral del diálogo como metáfora espacial de la concertación…al interior de las estrategias humanas de manipulación y control”, como lo recogió José Manuel Noceda en “El Caribe en las Bienales de La Habana”, publicado en “Anales del Caribe” (2005-2006). También estuvieron presentes las obras de José A. Cruz, Dhara Rivera y Aarón Salabarrías.
Charles Juhasz-Alvarado, en la octava bienal, fue parte del eje curatorial “pulsiones entre lo local y los nuevos flujos globales”. La obra que presentó fue una versión reducida de la instalación “Jardines de frutas prohibidas. Zona franca”. El curador de la Bienal de La Habana, José Manuel Noceda, ha dicho que se trataba de la planta del aeropuerto de San Juan, y “enaltecía estereotipos de lo tropical o de lo caribeño –la fruta, el sexo, la sensibilidad– presentados como mercancías que incentivan los éxtasis turísticos…”. Los artistas Rosa Irigoyen y Carlos Rivera también presentaron obras en esta edición.
En la novena, así como en la duodécima bienal, la obra de Chemi Rosado Seijo estuvo presente. Mostró su experiencia en El Cerro (2002), un proyecto de acción social en la comunidad del mismo nombre en Naranjito, pequeño pueblo ubicado en las afueras de San Juan. Sobre una elevación, fue instalada una barriada lo que produjo un impacto en el entorno al sustituirse su ladera arbolada por edificaciones. Las casas cubrían, como una segunda naturaleza, el paisaje original. Fue en ese lugar, con la gente y al ritmo de su cotidianidad, que el artista instaló su taller que involucró a los vecinos en las prácticas de intervención tomando en consideración los criterios de los habitantes del lugar, sus propias experiencias, gustos y aspiraciones.
En la décima bienal, tomaron parte Carolina Caycedo, Nayda Collazo-Llorens y
Rafael Trelles, este último realizó “Concreto”, intervención en el poblado habanero de San Agustín, representando, con la fuerza del agua, a los habitantes y sus objetos cotidianos sobre los muros ennegrecidos de los edificios. Antonio Martorell fue invitado especial y recibió un doctorado Honoris Causa en el Instituto Superior de Arte. Presentó “La Plena”, que se acompañó de una práctica colectiva con grabadores en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana y de una acción gráfica infantil que abarcó el espacio de la calle y la plaza de la catedral con decenas de niñas y niños en prácticas de grabado, mientras la música de la plena cerró con broche de oro el gran acontecimiento.
En la undécima bienal estuvo presente la obra de Marxz Rosado, muy en consonancia con las proyecciones a escala urbana cada vez mayores que adquiría el evento. Su pieza “Difusores de palmeras” fue una instalación lumínica en árboles de plazas y avenidas. Ya a partir de la duodécima, fue cada vez más intensa esa dimensión pública del evento. “Detrás del Muro”, proyecto socio cultural surgido en año 2012, tuvo como eje expositivo el área del malecón habanero.
En esa zona, el artista Bernardo Medina, instaló “Plátanos”. Sobre ella el artista expresó: “Plátanos representa un tributo a la cultura caribeña…El racimo de plátanos simboliza la hermandad… Además, nos lleva a recordar momentos inolvidables de la infancia, cuando las abuelas cocinaban sus recetas a base de plátanos para sustentarnos”, según dijo en entrevista con el peródico El Vocero. Realizada con fibra de vidrio intervenida pictóricamente con franca espontaneidad, la obra destacaba en el espacio público por su vitalidad cromática.
La decimotercera bienal, en 2019, se proyectó hacia diversas provincias del país bajo el tema general “la Construcción de lo Posible”, en el que estuvo la obra “Basamentos”, de Karlo Andrei Ibarra. Realizada con libros de Historia de América y concreto integrados en un bloque sólido sobre una cuchara de albañil, la pieza aludía de manera metafórica a la construcción de memoria y al conocimiento.
La edición 14 de la Bienal de La Habana no tuvo boricuas en su nómina. En ella participaron 300 artistas de 10 países, bajo el tema “Futuro y Contemporaneidad”. Fue una edición marcada por el boicot y las tensiones “desde afuera”, pero también por el apoyo y la solidaridad. El periódico mexicano La Jornada publicó por aquellos días una declaración firmada por intelectuales y artistas bajo el título “¡Sí a la Bienal de La Habana!”, en la que se hacía un llamado a los creadores de todo el mundo a sumar su apoyo a este evento que, “propicia el intercambio respetuoso, solidario y enriquecedor entre culturas y pueblos”.
La convocatoria de la decimoquinta edición de la bienal ya circula para realizarse a finales de este año 2024, y será seguramente una nueva ocasión de encuentro para artistas del mundo, del Caribe y de sus islas. En La Habana es la cita, allí nos vemos.
V. Conclusiones
Las bienales de La Habana han sido un espacio propicio para la visibilización y puesta en circulación del arte contemporáneo del Caribe en nuestra región y más allá de las fronteras insulares. Ha sido un sitio de diálogo y de experiencias visuales a gran escala en espacios legitimados como museos y galerías, pero también en los públicos y comunitarios. La presencia de artistas y obras de Puerto Rico ha sido muy significativa y destacada, tanto en lo numérico, como en la calidad de sus participaciones con piezas muy potentes que estarán siempre en la memoria del evento y también en los afectos, no solo de las bienales mismas, sino en la de la cultura cubana, sus creadores, curadores y su gente. La Habana vio a través de estos eventos un despliegue de riqueza y creatividad del arte boricua y la capital cubana les espera en la edición insignia por su cuadragésimo aniversario este 2024.
Sobre la autora: Yolanda Wood Pujols. Profesora, investigadora y crítica de arte. Doctora en Ciencias sobre Arte. Profesora Titular de la Universidad de La Habana. Profesora de asignatura en Universidad Iberoamericana y Universidad Anáhuac, Ciudad de México y en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, San Juan, PR. Entre sus publicaciones recientes (2020-2022), se encuentran: "Contemporáneos. Artistas del Caribe insular," (La Habana, 2022); “Elsa Núñez en antológica: imaginarios y contextos”, catálogo de la exposición Alma Adentro: Exposición antológica (Centro León Jimenes, República Dominicana, 2021); “Blanco y negro, pieles y máscaras. El cuerpo en el arte del Caribe contemporáneo. Lecturas desde Frantz Fanon” (Ítsmica, Universidad de Costa Rica, no. 29, 2022); “Tiempo, concepto e historia: dos monumentos, en Puerto Rico y Cuba, a finales del siglo XX” (Tábula Rasa, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca no. 44, 2022).