El curador cubano Gerardo Mosquera se adentra en el trabajo de la artista guatemalteca, quien basa sus obras en tradiciones mayas vivas en su familia
Sandra Monterroso (n. 1974) es una artista mayor de Guatemala, y más allá. Su obra resulta paradigmática de la construcción de eso que llamamos “arte contemporáneo” –San Agustín diría: si no me preguntas qué es, lo sé; si me lo preguntas, no lo sé– desde experiencias, subjetividades, estéticas y elementos culturales diferentes a las que han constituido las bases del arte occidental hegemónico. Monterroso, quien tiene un máster en diseño en México y un doctorado en arte en Viena, nació, creció y vive en la capital de Guatemala. Aunque no es maya-hablante de nacimiento, su trabajo se basa en tradiciones mayas vivas en su familia.
Monterroso no las describe o representa, quizás porque estas tradiciones no son para ella un afuera sino un adentro. Más que un acervo ancestral que se apropia legítimamente, constituyen una acción natural desde la cercanía y la pertenencia. Sandra las activa como fundamento de una obra articulada en el metalenguaje internacionalizado del arte, una obra femenina y feminista, que se abre en un amplio registro temático, extendido desde asuntos muy generales, como la transformación y regeneración de lo existente y la enfermedad, hasta cuestiones de su subjetividad íntima, pasando por problemas sociales muy críticos.
En Guatemala se destacan varios artistas maya-hablantes con formación “occidental”, muy vinculados a sus comunidades, donde continúan viviendo y trabajando: Edgar Calel, Manuel Chavajay, Antonio Pichillá, Ángel y Fernando Poyón, entre otros. Ellos hacen también “arte contemporáneo” de impronta personal, a menudo radical, desde los componentes culturales mayas, de tanto peso en un país donde más del cuarenta por ciento de la población lo es. Casi todos discuten problemas actuales en Guatemala y en el mundo, valiéndose con efectividad de esta posición artístico-cultural que no es procurada sino propia en primera instancia. Es un fenómeno notable, que no se aprecia con tanta fuerza en otros países con notable demografía indígena. Monterroso representa una posición intermedia, que se corresponde con los procesos de urbanización de las poblaciones indígenas, tan importantes en todo el mundo. Esta posición no va en detrimento de una supuesta “autenticidad” de su trabajo; al revés: expresa lo intrincado de la urdimbre cultural contemporánea, dándole una complejidad propia. Su obra se trenza “detrás del silencio y la paradoja de la modernidad y la colonialidad”, según ella ha señalado. No obstante, es un arte fluido, que no se encuentra dominado por tensiones culturales.
Estos artistas guatemaltecos han sido pioneros del auge del arte indígena que tiene lugar en la actualidad, que se ha destacado en las dos últimas Bienales de Sao Paulo y apareció de modo relevante en la reciente Bienal de Venecia, según anunció Adriano Pedrosa, su curador. Pero hay diferencias entre ellos y los protagonistas de la eclosión actual, quienes, junto con otros artistas outsiders, están protagonizando una ampliación del canon del arte contemporáneo. Estos últimos son sobre todo indígenas amazónicos –principalmente de Brasil y Perú– sin preparación académica, que reproducen en su arte la vida en las comunidades o ilustran sus cosmovisiones, dioses (a veces creando su iconografía), mitos, ceremonias, creencias y visiones chamánicas, representándolos desde su imaginación artística individual. Algunos ejemplos destacados son el pionero Pablo Amaringo (quien pintó desde la década de 1990 hasta su muerte en 2009), Bawan Jisbe (Elena Varela) y Rember Yahuarcani, en el Perú; Jaider Esbell, el Movimiento MAHKU, Isaka e Iba Huni Kuin, en Brasil; y el de mayor éxito comercial, el yanomami venezolano Sheroanawe Hakihiiwe. Ellos se valen de lenguajes figurativos personales, aunque a menudo usan signos, símbolos y figuraciones procedentes de su arte religioso o decorativo, y emplean pigmentos y soportes naturales. Los guatemaltecos, en cambio, sí han tenido formación académica, y en general trabajan dentro del canon del arte contemporáneo, participando desde hace tiempo en su mercado y circuitos.
La obra de Monterroso se ha manifestado en medios diversos, que van del performance a la pintura, de la escultura a la instalación, en todos los que se reconoce su sello personal. Es una obra siempre vibrante, donde “lo sagrado, el sacrificio, el dolor, la tristeza, la ira y la violencia son elementos recurrentes”, como ha afirmado la artista. Digamos que estos elementos son constitutivos más que objetos de representación: en mayor o menor grado estructuran su trabajo desde dentro. Están allí vibrando, los percibimos en las obras por debajo del aspecto elegante que muchas poseen.
“Su ejercicio descolonizador, tanto como el feminista, nunca son de panfleto: están en la columna vertebral de todo su trabajo, aún el abstracto, y las obras a menudo expresan los desgarramientos interiores de la artista, sus tensiones personales y culturales” - Gerardo Mosquera
En forma esquemática, podríamos aislar tres ejes entrelazados en la poética de Monterroso. El principal es la modulación, en términos de “arte contemporáneo”, de formas y contenidos provenientes de la cultura maya de los ancestros de la artista. Así, se aprecia su empleo muy particular del achiote –el tinte de uso extendido en el mundo prehispánico, que se extrae de las semillas de una planta que su mamá cultivaba–, de plumas, del calendario maya, de tejidos artesanales, de conceptos y metáforas expresados en las lenguas mayas, de la poesía sintetizada en sus palabras... Pero, por encima de cuestiones específicas, se trata de todo un sentido y una estética que permean su trabajo, y responden tanto a un posicionamiento como a un sentimiento cultural. Este fundamento no contradice su interés en la cultura clásica europea y en artistas y pensadores occidentales, que ella reconoce como fuentes nutricias de su trabajo.
Otro eje es el cuidado de diseño, de espíritu minimalista, de buena parte de su obra. Resulta significativo que Monterroso sea además diseñadora profesional. Se aprecia el despliegue limpio con que gusta coreografiar sus piezas en el espacio en que expone, dentro de una sensibilidad propia del “cubo blanco”. Podría pensarse que esto descontextualiza los contenidos de su trabajo, pero creo que más bien los proyecta en un espacio que es invadido, apropiado por aquellos contenidos en su búsqueda de comunicación contemporánea. La estructura repetitiva, la inclinación geometrizante y la austeridad de las obras indican también su modulación por un diseño racional que contrasta con una suerte de “artesanalidad” en espíritu que ostentan, y con la carga emotiva que sentimos en ellas.
Contrasta, asimismo, una suerte de materialidad orgánica presente en muchas de sus piezas, plasmada en sus sutiles superposiciones y transparencias, y en su compleja densidad textural. Esta materialidad trasciende lo visual: provoca al tacto y carga a las obras de una subjetividad por completo ajena a la estética minimalista clásica. Su bella serie de acuarelas con carboncillo pintadas durante el confinamiento a causa de la pandemia, son abstracciones geométricas indisputables. Sin embargo, contradicen la ortodoxia del minimalismo y del arte geométrico en general: no se adhieren a la tradición del arte concreto, aunque no salgan de él, son geometrías anti-Carmen Herrera. Sus líneas responden a la subjetividad de la mano alzada, no al cartabón, y semejan textiles teñidos, cuyas texturas podemos sentir con la mirada, a pesar de estar hechas sobre papel. La tensión subyacente es también una tracción entre los dos ejes a los que me he referido.
“El agua se volvió oro, el río se volvió oro, el oro se volvió azul” (2019). Vídeo performance de Sandra Monterroso. Huipiles teñidos con indigófera guatemalensis. Vista general en CCE, Guatemala, Guatemala (2019).
El tercer eje en la obra de Monterroso es el proyecto descolonizador y feminista que, explícito o no, ocupa su obra toda. Se manifiesta de modo más directo en sus video-performances, que también pronuncian una crítica al machismo y a los grandes problemas sociales de su país. Su ejercicio descolonizador, tanto como el feminista, nunca son de panfleto: están en la columna vertebral de todo su trabajo, aún el abstracto, y las obras a menudo expresan los desgarramientos interiores de la artista, sus tensiones personales y culturales. Más allá de su coherencia interna, podría esquematizarse una división entre un costado más social y otro más estético en la obra de Monterroso, de una pulsión hacia la acción y otra hacia la abstracción. No llegan a la dicotomía, pues refieren más bien a un predominio, a una gradación, ya que ambos lados suelen mezclarse. Además, debemos recordar que la estética también puede ser crítica: tal vez lo mejor de su obra es plasmar un activismo estético descolonizador.
Sobre el autor: Gerardo Mosquera es curador, crítico y escritor independiente con bases en La Habana y Madrid. Asesor de varias instituciones y revistas internacionales. Cofundador de la Bienal de La Habana, ha sido curador del New Museum of Contemporary Art, Nueva York, director artístico de PHotoEspaña, Madrid, y organizador de numerosas bienales y exposiciones internacionales. Ha publicado sobre arte y cultura alrededor del mundo. Su último libro: “Beyond the Fantastic. Crítica de Arte Contemporánea en América Latina”, fue publicado por la Universidad de Granada, en el 2023.